Hoy amaneció soleado. Gracias a Dios, porque ayer hubo tormenta y me dio mucha ansiedad, pero nunca miedo. No hay que confundir ansiedad con miedo. Yo soy muy valiente. De hecho, soy tan valiente que protejo a mi familia de la tormenta que quiere entrar a la casa. Nunca voy a dejar que alguien o algo los lastime, por eso me siento enfrente de la ventana para asegurarme que nada ni nadie pueda entrar a molestar a mi familia. Mi trabajo sí funciona, ya que, mientras suenan los truenos, veo a mis padres acostados en el sillón viendo tv sin ninguna preocupación. ¡Que alegría me da saber que ahuyento sus miedos y se sienten seguros gracias a mi protección! Aunque ayer se enojaron conmigo por no parar de ladrar, no entendía por qué me gritaban, pero creo que no entendían que mis ladridos son tan poderosos que los mantienen a salvo. En verdad no me importa que se enojen; prefiero arriesgar mi relación con ellos que arriesgar sus vidas y dejar que un trueno entre a la casa. Yo los cuidare siempre. En fin, hoy estoy agotado y quería un descanso de proteger a mis padres de los malvados rayos. Y mi deseo se cumplió: salió el sol y pude bajar la guardia. Pero no crean que del todo. Siempre estoy pendiente de cualquier peligro que pueda surgir. Lo bueno es que mis padres salieron de la casa, así que pude descansar más en paz. Me acurruqué en mi camita y decidí que hoy iba a ser un día dedicado para mí. Me tomé una siesta. A los 30 minutos, escuché que alguien tocó el timbre, pero mis papás me enseñaron que nunca abra la puerta a ningún desconocido, ni a los rayos ni a los truenos. Me volví a dormir. Pasó una hora y me moría de ganas de ir al baño, pero mis papas no habían llegado y la puerta del jardín estaba cerrada. Decidí dormirme una hora más para no pensar en las ganas de ir al baño y hacer tiempo mientras mis papás llegaban. Ya habían tardado más de lo normal; se me hacía raro. Me empezó a entrar ansiedad de que algo les pudiera haber pasado y que yo no estaba ahí para protegerlos. “Tranquilo. Todo va a estar bien. Recuerda que ellos también pueden cuidarse solos. Hoy es tu día, piensa en ti, ponte en prioridad”, me decía a mi mismo. Pasó una hora más y hasta ya se me había olvidado que tenía ganas de ir al baño, porque mi mayor preocupación eran ellos. Siempre eran ellos. Si, tal vez tengo dependencia emocional, pero no lo considero algo malo. Simplemente disfruto cada segundo que estoy con ellos, porque son unos padres increíbles. ¡Por fin llegaron! Qué alegría me da verlos sanos y salvos. Los abracé y besé muchísimo. Al entrar a la casa, vi que sus expresiones cambiaron y me asusté. Pensé en muchas tragedias: ¿deje entrar a algún desconocido a la casa? ¿O les pasó algo terrible allá afuera de lo cual yo no los pude proteger? ¿Por qué estaban enojados? De repente, me voltearon a ver y me empezaron a gritar. Yo no entendía por qué, hasta que mire mi cama y vi que estaba mojada. No me aguanté las ganas de ir al baño y me hice mientras dormía. Me sentía decepcionado de mí mismo. Después de que confiaron en que yo iba a cuidar de la casa y de ellos, los defraudé. ¿Cómo no pude esperarlos? No es culpa de ellos que tardaron; es mi culpa por no tener paciencia y dejar que mi ansiedad me ganara. Prometo que siempre los voy a esperar, porque sé que ustedes siempre van a regresar. Nunca me abandonarían, así como yo nunca dejaría que algo les pase. De hoy en adelante, hice un trato conmigo mismo: nunca más me voy a tomar un día para mí mismo. Todos los días hay algo que hacer, y si me distraigo, puedo defraudar a mis papas, o peor, ponerlos en peligro. Nunca quisiera poner en riesgo su salud emocional por mi culpa. Yo solo quiero ser el mejor amigo en el que se puedan recargar siempre que lo necesiten. Siempre cuidaré de ustedes, lo prometo. Y aunque a veces se enojen, estén tristes o felices, solo pido que me den amor. Ustedes me dan todo, pero a veces lo único que necesito, es amor.