Recostada semidesnuda, aburrida junto a la ventana, miré mi reloj. Él se adentró en mi mente, tenía ganas de encontrármelo, quizá se cruzaría ante mí, para dejarme muda. Tomé un vestido de seda, me puse unas zapatillas de tacón afilado muy altas, necesitaba verme hermosa. Solté mi larga cabellera y salí. Me fui al café de la plaza central, me gusta porque tiene mesitas sobre los andadores. Había muchos que se parecían a él, pero no eran él.
Me puse a dibujar sobre una servilleta su rostro, para mostrárselo a la gente, podrían darme razón. A punto de levantarme miré a un hombre de pantalón negro con tirantes y camisa de manga larga arremangada, abrazaba a dos mujeres, ellas se colgaban de su cuello, compartiendo su hermosura para no quedarse sin él. Sentí celos, jamás lo compartiría, tomé la rosa que adornaba mi mesa, dejando el florero a secas y la pase por mis labios, mis piernas cruzadas hablaban más de lo que pudieran decir mis pensamientos. Quería que él me reconociera por mis zapatillas colgadas de mis pantorrillas.
Había tantos “éles” sin rostro para mi anhelo casi pueril. Tomé mi dibujo y lo arrugué, se darían cuenta de mi locura. Luego lo vi a lo lejos, por fin, allí estaba, podría reconocerlo sólo por su olor. Lucía tan gallardo, su traje y sus zapatos negros boleados. Pasó caminando por la acera de enfrente junto a dos mujeres fumándose un cigarrillo, le sonrieron descaradas cuando él acarició sus manos, coqueteándoles con el mismo descaro. Sentí nuevamente celos. Cómo podía seducirlas en plena rambla estando yo ahí esperándolo y él sin darse cuenta de mi presencia.
Tiré mi dibujo al piso, inspiré para pedir la cuenta, cuando un “él”, se posó en mi mesa, colocando sus antebrazos sobre la misma y mirándome de fijo, “toma, por qué tiraste mi rostro, te he salido increíble”. Me quedé muda (se los dije). Me tomó por la cintura y me dijo al oído “vámonos de aquí”. Era tan apuesto, su nariz afilada y sus sienes canosas me enloquecían. Olía tan bien. Al irnos miré hacia la acera de enfrente, el otro “él”, ya se encontraba sentado en el medio de las dos mujeres fumadoras, pero ya no se parecía a mi él. No me importó esa escena. Volví a mirar a este él, es tan seductor, su voz me hipnotiza.
Salí de su brazo y apenas cruzamos la calzada nos topamos con la gran fuente encendida, se hincó, puso mi pie en su rodilla y me quitó mis zapatillas, luego se quitó sus zapatos y se recogió las valencianas de sus pantalones. “Ven, saltemos encima de los chorros, salpiquémonos de brisa líquida, bellísima de mí”. Sus manos apretaban mis muñecas, cuidándome de no resbalar. Sus carcajadas eran ecos musicales, no paraba de reír a borbotones como la misma agua que nos bañaba. Luego paramos, volvió a ponerme mis zapatillas y me besó. “¿Cómo te llamas, bellísima de mí?, ven, vayamos a aquel portal”. Estaba una banda tocando una canción de Tom Baxter: Tell her today, la letra venía muy bien… Pero es difícil estar sin ella. Entonces, si crees que amas a alguien intenta, intenta, intenta…
Bailamos, hasta que la tarde se convirtió en estrellas. Salimos del lugar abrazados. Yo lo miraba como queriendo sabérmelo de memoria por mis labios y mi lengua, tanto o más que mi dibujo olvidado en la mesa del café de la rambla. No pude más, mi vestido de seda se deslizó tomando la forma de la banca donde estaba sentada mirándole mientras sus manos tomaron el lugar de mi vestido. Toda me volvió a vestir con su aliento.
Habíamos terminado de modelarnos… me despertó la mirada del sol, pero en la superficie de mi cama sólo lucía un recuerdo reciente. Había una nota escrita a mano; olía a su aroma “Bellísima mía, si me preguntas cuál es mi nombre, me llamo Él”. Miré a mi ventana, aún faltaban unas horas, para volver a salir en su búsqueda…
FIN