Nacida como Olga Alonso, Tabi es hoy su verdadero nombre y su historia personal tiene varios capítulos interesantes, pero el mejor empezó en Cancún hace muchos años entregándose en cuerpo y alma al voluntariado de Cruz Roja
Por Esteban Torres P.
PRIMERA PARTE:
¿De dónde eres originaria y cómo llegaste a Cancún?
“Nací en Ciudad Obregón, estado de Sonora, porque mi papá se fue a estudiar su carrera en ingeniería a Luisiana, así que mi mamá se regresó a la casa de sus padres y cuando él regresó ya titulado, nos fuimos a vivir todos a Los Mochis -también llamado el ombligo del mundo-, ahí viví hasta mis casi 18 años porque mi papá se trasladó a la Ciudad de México por negocios, así que nos fuimos todos a la capital y entré a la Ibero, era la más chica de la clase porque hice prepa de dos años, así era el programa de aquel entonces, y un día, caminando por los pasillos vi un muchacho con el pelo largo hasta los hombros, con botas, era güero y con chinos: ese era Jaime Valenzuela, empezamos a salir y luego luego a andar, era jugador de basquetbol y yo era de las chicas de la porra, literal, como película gringa; terminamos la universidad y nos casamos, era 1977, le habían ofrecido un trabajo en Aerocaribe en Quintana Roo así que venimos y nos quedamos”.
¿Qué esperabas de un lugar recién poblado y cómo te fuiste encariñando de él…?
“Mi primer contacto con Cancún fue en 1971 cuando vine con mi hermana Lucía, mi hermano y unos primos de Mérida -realmente yo tengo parientes en todos lados-, no había nada, cero restaurantes ni hoteles, pero eso sí ya estaba el puente Calinda de madera. Teníamos dinero, pero no teníamos comida ni gasolina. Decían que era un pueblo de pescadores, pero yo no vi ninguno. Fuimos a ver un primo que trabajaba en una fábrica de blocks y de un camión sacaron gasolina y con esa llegamos a Valladolid donde he probado el más rico pan de dulce que he comido en mi vida; ese fue mi primer encuentro con Cancún”.
¿Cómo te convenció Jamie de venir a vivir por acá?
“Realmente no fue necesario, tardamos seis años en tener familia, así que seguíamos de novios, casi solteros y eso lo hizo más divertido. Cancún no tenía ni cinco mil habitantes, fuimos de los primeros en tener teléfono, el de Aerocaribe era 20-00 y el de mí casa 20-22, así lo pidió Jaime, y el resto es historia… Mis hijos nacieron aquí, en 84 y 85, son verdaderamente cancunenses…”
Te visualizaste por una temporada y después emigrar a un sitio más urbanizado…
“Yo creo que éramos tan chicos que no esperábamos nada, yo había crecido en un pueblo, y fui así muy feliz, para mí no había gran diferencia ni era algo complicado: simplemente no había nada. Cuando te casas tienes la ilusión de replicar las recetas de tu mamá para consentir a tu esposo, pero aquí no podías hacer un pollo a la naranja porque no había ni pollos ni naranjas, había cerdo y toronjas -por poner un ejemplo-, o con lo que te encontrabas; mis compras las hacía en Cozumel o gracias al trabajo de Jaime, en Estados Unidos. Fuimos viviendo la vida como llegaba. Una cosa que me gusta mucho de Cancún, aunque no sé si ya lo esté perdiendo o no, es que éramos familias extendidas; como no teníamos aquí papás, tíos, primos o abuelos, nuestros amigos eran nuestros hermanos por eso los Charles, los Perfini, son tíos de mis hijos y yo de los suyos, de corazón”.
¿Qué se siente ver crecer y ser parte de la historia de un lugar tan maravilloso?
“Reconozco que ha cambiado mucho Cancún, pero a mí me sigue gustando. Recuerdas esa frase que dice: De todas partes venimos y Cancún hicimos, pues yo creo que se sigue construyendo… Y una cosa que me gusta muchísimo es que las mujeres tenemos un lugar preponderante, sobre todo en Cancún, más que en el resto de Quintana Roo; yo no sé si tiene que ver con la cercanía de la diosa Ixchel, pero es un lugar donde las mujeres no tenemos que estar casadas, ni pertenecer a una familia, es un lugar muy libre para vivir… Importa más que seas una persona honesta, primero contigo mismo, los que llegamos al principio somos o éramos muy así…”
¿Te imaginas tu vida fuera de Cancún?
“Difícilmente, incluso ni fuera de esta casa. Me encanta mi casa: vivo en el Centro, me puedo desplazar rápidamente a cualquier lado, recibo amigos, tengo a mis perros, está muy hecha a nuestro estilo y posibilidades, no la cambio por nada”.
SEGUNDA PARTE: INTIMIDAD…ES
Mexicana de hueso colorado. Llevas tatuadas sus raíces, su tradición, su cultura, sus sabores y sus costumbres. No es algo íntimo tu pasión por México. Es un orgullo evidente… Empezamos de la cabeza a los pies…
Cuéntanos el secreto de tu tinte…
“¡Para empezar yo no tengo canas, soy muy joven! Uso henna desde hace muchos años, pero también hago mis mezclas de hierbas. Miss Clairol me debería de comprar mi receta orgánica: uso cassia, jugo de limón y otros ingredientes. La uso desde muy joven y antes de mí los egipcios y los fenicios. Cuando llegué a Cancún dejé de usarla porque no había, pero con los años un buen día llegó a Samborns, y las canas a mí también, así que empecé a investigar y así di con la cassia hasta que conseguí el tono Tabi que nadie tiene, sólo yo. A Jacques Benchimol le encantaba y él a mí”.
Las joyas de tu corazón están en tu guardarropa…
“Realmente sí, primero fueron mis hijos, pero ahora son mis nietos; joyas sí tengo, pero pocas y casi no las uso, me enorgullece más el tesoro que surge de las manos de los artesanos mexicanos, tengo muy bonita ropa mexicana, tengo una serie de quexquemetl preciosos, a Jaime le gusta verme con ellos y a mí también, vérmelos para él. Tengo un vestido de chiapaneca hecho a mi medida y a mi tamaño, rebozos de Santa María del Río que pasan por un anillo, es un vicio pero creo que lo valgo, como dijera La Doña; un terno antiguo bordado sobre seda, es muy antiguo, era de una de mis tías, todas son verdadera joyas hechas por artesanos mexicanos”.
Los accesorios que no faltan en tu arreglo personal…
“Los aretes, si no traigo es como si no me hubiera puesto calzones. Son muy importantes. Uso mucha joyería hecha por artesanas, soy fanática de las manos de las mujeres artesanas. Descubrí una tienda que vende de este tipo de joyería con bordados, telas, muy al estilo huichol. Eso es lo que me gusta usar”.
Los zapatos que te llevan al lugar y a la hora correcta…
“Yo creo que los zapatos son una fascinación de todas las mujeres, casi me siento la legendaria Imelda Marcos, y rojos, tengo muchos, los uso desde chica; un día vi unos en un bazar en la Ciudad de México, eran vintage pero estaban bien cuidados, me los probé y me sentí Cenicienta porque me quedaron perfectos, dije, son para mí y efectivamente, los re estrené en una gala de la Cruz Roja y además son clásicos, atemporales, todo depende del cuidado que les des…”
El amuleto que no sueltas por donde quiera que vayas…
“No soy de esas, prefiero un cuaderno y un lápiz; me gusta mucho escribir y así recordar lo que llamó mi atención, lo que me inspira”.
El viaje que más recuerdos te ha dejado…
“Una peregrinación que hice antes de la pandemia, fui a Hungría a una caminata de puras mujeres, yo no hablo húngaro y ellos no hablan español, pero nos dimos a entender en mi poco francés; estuvimos 14 días caminando entre 12 y 16 kilómetros diarios; dando clases y conferencias sobre la buena maternidad y el buen parto, todas ellas eran parteras y yo hago hipnosis, iba como paramédico, me dediqué a atender raspaduras, torceduras, sangrados de nariz y ese viaje me dejó muchas satisfacciones a nivel personal”.
TERCERA PARTE: CORAZÓN DE VOLUNTARIA
El inquebrantable corazón de un voluntario…
“Nada hay más poderoso que el corazón de un voluntario”, dice la frase. Y en efecto, es mi pasión, a veces el cuerpo ya no da para hacer mucho y andar trepada en las ambulancias, pero vive en mí ese afán de ayuda”.
¿Qué momento definió tu solidaridad y pasión por la Cruz Roja?
“Siempre ha sido voluntaria, desde chica, has oído hablar de Rotarac, Interac y todos esos organismos, estando en Mochis, pues yo pertenecí a ellos, íbamos a la cárcel a visitar a los presos y a escribir cartas para enviar a sus familiares, siempre me han gustado los primeros auxilios, pepenar animales, cuidarlos, en una época de mi vida quise ser veterinaria pero me cerraron la UNAM -por una huelga-, cuando llegué a Cancún empecé como voluntaria en el Hospital General, en operaciones y demás, y después fui voluntaria de Cruz Roja, pero no en el patronato de damas voluntarias, sino más a fondo y después como paramédico, ya han pasado de eso 30 años, nos preparamos al mismo tiempo Lía Villava, éramos las más grandes de edad y fuimos la generación que menos estudiantes perdió en el trayecto, terminamos casi todos los que entramos porque decían, si esa ´ñora´ puede, nosotros también y hoy somos entrañables amigos, casi hermanos”.
¿De qué manera te llenó participar dentro de la administración y dar lo mejor de ti para apoyar a la benemérita institución?
“Me dejó ver y tener una visión más amplia de lo que hace la institución. Como instructora de Cruz Roja doy Derecho Internacional Humanitario, Inducción a la Cruz Roja, pero estar como delegada me permitió ver una foto más grande de lo que hacemos a nivel nacional e internacional, tenemos muchas carencias, pero no hay nada más fuerte que el corazón de un voluntario”.
Tan pro activa como discreta, pero fuera de los reflectores. Tú nunca aspiraste ni al brillo ni al reconocimiento público para desempeñarte como voluntaria…
“Alguna vez alguien me hizo una observación cuando dejé de ser delegada estatal, me preguntó por qué seguía en la Cruz Roja, si ya había escalado el cargo más alto y la respuesta es y sigue siendo la misma: yo estoy por las personas que necesitan estas manos, las de un voluntario, aunque ya no me pueda subir a la ambulancia por múltiples razones”.
¿Actualmente sigues formando parte de sus filas?
“Si. Hay muchas cosas que sí sigo haciendo, doy clases, doy terapias a bomberos y paramédicos, a policías, a los que ayudan, y de los que nadie se acuerda. Soy veterana, estoy en el grupo de, cosa que me llena de orgullo. No ganas dinero, pero obtienes el reconocimiento de mis compañeros, ver la cara de un herido que le ´echaste la mano´, ya con eso, aliviaste el sufrimiento a la medida de las posibilidades de cada uno de nosotros”.
Cómo te gustaría que te recuerden: pionera, apasionada, mexicanísima, voluntaria o como la mejor anfitriona de cada primero de enero para darle la bienvenida al nuevo año entre amigos…
“Como alguien que siempre tiene la puerta abierta y el oído presto para escuchar; claro que como voluntaria y amante de mi país, y lo de anfitriona es algo que nos gusta a Jaime y a mí, así se acostumbra en esta casa; como escritora también, eso pocos lo saben, tengo varios libros y cuentos publicados, estoy trabajando justo en uno precisamente que espero se edite este año o el próximo, soy terapeuta en hipnosis y esa es mi parte voluntaria que sigo haciendo al ayudar de otra manera. Este año cumplo 70 pero yo me siento de 14 en el fondo de mi corazón. Los celebraré en Colonia en una conferencia, voy como parte de un congreso. No haré fiesta, prefiero que Jaime me lleve de viaje o a cenar a la playa”.