¡Se levanta el telón!
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¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Han pasado entre 70 y 80 días que el mundo entero se paralizó. Se nos envió a casa de un día para otro para cuidar nuestra salud. Cerramos la agenda porque no había nada qué anotar y comenzaron los días sin nombre, las horas largas sin sabe qué hacer algunos, otros empezamos a habilitar la casa para trabajar de nueve a cinco, y no perder el ritmo, ni la responsabilidad, nos inventamos rutinas para vencer el hastío: primero fueron películas, luego series completas, dinámicas en familia los que viven en compañía, video llamadas para sentir la cercanía y al menos virtualmente saber que los nuestros están bien; se hizo común andar cómodos de la cintura para arriba por si alguien nos sorprendía con una conferencia, en fin que el escenario de la vida se ajustó según el lugar que la vida nos asignó: algunos en palco, otros en luneta, y los menos afortunados a ras de cancha sin moverse demasiado para no gastar mucha energía.
La vida se quedó sin actores, lentamente se fueron apagando las luces hasta cerrar el set porque no había nada qué hacer, aprendimos el arte de la improvisación. Descubrimos que el uso del reloj es innecesario cuando no hay nada qué hacer a pesar de disponer de horas y horas, que el guardarropa está lleno de compromisos de todos colores y al final ninguno es necesario para ir del comedor a la cocina y más allá, se puede vivir con la mitad y sobra espacio para acomodar otras cosas.
Uno de los regalos que me dio esta pandemia fue recibir llamadas y mensajes de números a los que he dejado de marcar, a veces por olvido y en otras por exceso de compromisos, a todos ellos muchas gracias por acordarse de mí y preguntar si se me ofrecía algo, igualmente yo también sorprendí a varios amigos que no esperaban mi llamada. Lo que nunca se interrumpió fue el afán de ayuda, para ellos no hubo pausa, sino más actividad: los que pudieron apoyar a los más desfavorecidos lo hicieron a pesar del aislamiento social, empezando por el sector salud que nunca bajó la guardia para salvar vidas exponiendo la suya y muchos de ellos desafortunadamente fueron víctimas de la situación que no distinguió entre hombres y mujeres, posición social ni edad. Mi reconocimiento a todos ellos y mi compromiso será defender su lealtad para con la sociedad.
A la suma de tantos días se llega a un total, a una enseñanza: no podemos ser indiferentes al dolor ajeno porque la vida se volvió el instrumento más preciado y más frágil a la vez, el peligro está latente, es invisible y debemos asumir nuestra responsabilidad para protegernos y a los demás también, en la medida de nuestras posibilidades.
Se dice que después de la tempestad llega la calma como tantas frases más que se encaminan al optimismo para recuperar la confianza y, pasado el tiempo de encierro, se nos anima a volver a la actividad con la garantía de que nada está garantizado, un día a la vez tratando de recuperar la confianza escuchando el seguimiento de los protocolos de higiene y limpieza que ahora son obligatorios para poder dar cualquier tipo de servicio.
Cuesta trabajo olvidar lo que hemos vivido y que la nueva normalidad será distinta, tal vez el uso del cubreboca sea permanente y el contacto físico deje de ser común. La vida seguirá su ritmo con los que sobrevivimos esta pandemia, la actividad volverá hacer girar la economía, pero la cicatriz de que algo cambió la llevaremos todos en alguna parte, porque efectivamente, “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.