Mi familia no acostumbra viajar mucho. Mis vacaciones son ir a nuestra casa de la playa en verano y quedarnos en casa en invierno para celebrar Navidad. La base en mi familia es la rutina, haciendo que mi vida sea una rutina también. Las rutinas son fantásticas, no me malinterpreten, me encanta mi vida tal y como es; una pequeña burbuja irrompible. Gracias rutina por hacer mi vida predecible y agradable, nada se interpondrá en el camino de mi zona de confort, o es lo que yo pensaba.
El 24 de agosto mi día estaba avanzando como normalmente lo hace: simplemente avanzando. Mi mama y yo estábamos preparando la comida para que todo esté listo cuando mi papá llegara a casa después del trabajo. Extraño los días cuando no había lugares vacíos en el comedor. Mi hermano mayor se casó hace tres años y mi hermana se acaba de ir a la universidad. Vienen a visitarnos muy seguido pero aun así, es muy diferente; supongo que mi rutina ha cambiado un poco en ese sentido. Este es el primer año que vivo sola con mis padres. Toda la atención cae en mí, y tengo que admitir que soy egoísta, y absorbo toda esa atención orgullosamente. Estábamos por hervir la pasta cuando el teléfono sonó:
“Residencia Miller,” contesté.
“Sof, soy Jake. ¿Están mamá y papá en la casa? ¡Tengo noticias urgentes!” Podía reconocer miles de emociones revueltas en la voz de mi hermano. No sabía en que emoción enfocarme.
“Sólo está mamá. Te pondré en altavoz”.
“¡María está a punto de dar a luz a nuestro hijo! La pequeña va a llegar un poco antes de lo planeado y no podrá nacer en casa.” Mi hermano y su esposa estaban de vacaciones. ¡El bebé no se suponía que iba a llegar hasta octubre! “Necesito que tomen un vuelo lo más pronto posible. Significaría el mundo para mí si todos pudieran estar presentes”.
En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en el aeropuerto. Mi mente no podía comprender lo enorme que era este lugar. Era increíble presenciar la sincronización entre los trabajadores y los viajeros. Estaba perdida en tanto movimiento, pero mis papás han viajado antes entonces, como siempre, fueron mi roca de apoyo. Después del abordaje, nos subimos al avión. Me empecé a sentir un poco nerviosa, no sabía qué esperar.
“Cabina, prepárense para el despegue”.
La voz del piloto fue segura y poderosa, exactamente lo opuesto que yo sentía en ese momento. Empecé a sentir incontrolables mariposas. El avión estaba avanzando por la pista en una velocidad que nunca me hubiera imaginado posible. Sentía que estábamos rompiendo la barrera de sonido; este piloto debe estar loco. Mis ojos cerrados, mis uñas enterradas en la silla y mi mente teletransportada a una montaña rusa. Pasaron un par de minutos y decidí abrir mis ojos. No sé porque mis papás me dieron el asiento al lado de la ventana; estaba a punto de vomitar. Decidí mirar por la ventana y no podía creer lo que estaba presenciando. Mi mente no podía entender cómo nuestra sociedad había normalizado el acto de volar. Me sentí la más pequeña, diminuta. Me sentí atrapada, pero libre. Mi burbuja acaba de explotar. Somos parte de algo más grande, pero ¿era yo irrelevante en este vasto mundo? No sabía cómo iba a continuar viviendo con este descubrimiento en mi conocimiento.
“¿Qué opinas de la vista?” Mi mamá pregunta.
“Me estoy riendo de las nubes. Qué glorioso sentimiento”, cité de mi película favorita.
Llegamos al hospital un poco tarde por el tráfico. Corrimos a la sala de partos, y ahí estaba el humano más pequeño que había visto. Por fin lo entendí: él era el más pequeño, pero grandiosamente el mejor. ¡En nuestros ojos llenos de amor, él era gigante! Respiré aire lleno de vida. Me sentí grandiosamente viva. Es un mundo grande y hermoso, y podemos ser los más grandiosos, se trata sólo de perspectiva.
La primera vez que estuve en un avión no fue la última, porque descubrí que el mundo me estaba esperando con los brazos abiertos.