¿QUÉ ES EL AMOR?
Por Isabel Rosas Martín del Campo
¿Qué es el amor? En un mundo tan fragmentado de ideas, me preguntaba mientras tomaba mi café ya casi frío. No podía saber que se decían entre sí los comensales de cada mesa, pero casi podía adivinar que sentían el uno por el otro o la una por la otra, o los unos por los otros. Los gestos del rostro, la mirada, la respiración y el movimiento de las manos son tan indiscretos, como sinceros o mentirosos. ¿Cómo puede ser así? En la mesa se comparten los alimentos, se disfrutan los sabores, ¿porque no habría de ser igual entre las personas?
El amor no está en todas partes ni en cada momento. El amor es terriblemente egoísta, mentira que sea incondicional o generoso. El amor es un constructo social que cada vez se va debilitando más, diluyendo siento yo. El amor es difuso como el humo de los cigarrillos olvidados en el cenicero. El amor es una transacción de intereses. “Como veo doy” o se retiran del juego antes de perder los jugadores inseguros de no ganar cada partida. El amor no existe en un mundo que pide a cambio lo que da con reservas.
Por ejemplo, miraba a las amigas de la mesa de mi lado derecho reír tanto, que envidié su compañía mutua frente a mi soledad. ¿De qué reían tanto? Pues de la amiga ausente. Luego miré a mi izquierda y pude apreciar el beso y el abrazo de una pareja de “tórtolos”; dos jóvenes de unos dieciocho años. Él la miraba como si agradeciera su belleza y ella lo miraba deseosa de otro beso más. Me dieron lástima por un momento. Yo sé que su amor caducará y luego serán sustituidos por otros y ese beso y ese abrazo será olvidado hasta volverse un recuerdo borroso. Sabrán qué es el amor por primera vez para no repetirlo nunca más, si la separación ocurre con dolor o con traición.
En mi mesa de enfrente estaba una pareja añeja, él leyendo el periódico, dando sorbos a su café de vez en vez y ella una mujer madura, en silencio, mirando a todos lados, tal vez buscaba encontrarse con otros ojos que la miraran para hacer contraer sus pupilas ignoradas por su insípido esposo: porque sí lo eran, (traían anillos de matrimonio) y los años de rutina echados encima.
Luego, a unas mesas más alejadas, llegó una familia, traían en silla de ruedas a una anciana con la mirada vaga y la boca como una mueca de lo que alguna vez fueron labios carnosos y seductores para alguien. La acomodaron en un rincón, pero nunca la incluyeron en el ritual de su mesa. Era como si fuera un fantasma. ¿Me pregunté, y si sí habla, y si sí quiere participar? Por qué una persona mayor se transforma en un cuerpo que oculta su alma o su espíritu a la luz de la indiferencia. Entre tanto, sus dos nietos entre los tres y los cinco años, gritaban y chillaban contrario al silencio de la anciana, su abuela. Así mismo, ni la madre ni su hermana platicaron entre ambas. Cuál era el sentido de esa mesa sin sentido… ¿comer? Porque los niños lo dejaron todo y las mujeres no saborearon sus alimentos jamás.
Entre todo el ruido de este restaurante; el físico y el existencial, surgen ciertos acordes musicales de amor como el de los inocentes “tórtolos”. A saber, tristemente el amor se escapa de nuestra alma, se oculta de nuestro espíritu, se enfrenta a la ausencia en la que los humanos lo sobajan y lo moldean para evitar el “sufrimiento”. Es mejor un amor a la medida. Sin embargo, el amor, pero el amor de verdad está, existe, sucumbe a nuestra vanidad, nuestro odio, nuestra indiferencia, nuestra envidia; pero revive siempre, como la flor silvestre que la cortan, la pisan, la ignoran y vuelve a germinar, para mostrarnos su fuerza, su brillo. El amor esta oculto en todo este restaurante, yo tengo la esperanza de saber que todos aquí lo deseamos, lo esperamos para poder sentir su mágica luz escondida en cada uno de todos los que estamos aquí.