Nadie sabe su nombre y a todos ayuda

Cada mes estoy obligada a acudir al banco, necesito depositar mi pensión; lo que en adelante será mi sustento mensual. O, por lo menos eso pensamos quienes nos encontramos en el inicio del ocaso de nuestros días. Es curioso, pero este tipo de trámites pueden transformarse en una experiencia que te genera placer, cuando sabes, de antemano, que alguien está allí esperándote con ánimo.

Me refiero a esa persona a la que le toca jugar el papel, en el juego de la vida laborar, de un alguien que, sentado en un banquillo alto, espera con ansias poder ayudar a alguien para no morirse de la aburrición; para encontrarle un sentido a su puesto. Incluso te recibe con una sonrisa; dispuesto a lograr que cada usuario salga favorecido y en consecuencia surja en cada uno de nosotros un sentimiento de satisfacción. 

CAJERO DE BANCO

Sí, allí está él, Alberto, se llama. Lo supe luego de años de acudir a esta sucursal; salía como todos, creo, ensimismada en mis propios intereses y o problemas, cuando algo me detuvo. Mi conciencia me gritó al oído para que nadie lo notara: ¡oye, voltea, te ayudó y no sabes ni su nombre! Aún me miraba de lejos sonriéndome. “¿cómo te llamas? Rápidamente me respondió “¡Alberto!, “gracias!” le contesté con una gran sonrisa yo también.

Fue hasta que subí a mi auto que medité acerca de las personas invisibilizadas. Aquellas que silenciosamente nos ayudan sin siquiera recibir un gracias más allá de la palabra casi de cajón. Creo que cada vez más nos hemos transformado en seres indiferentes a las atenciones que provienen de personas cotidianas. 

Ahora sé porque ir a ese banco me resulta gratificante. Inconscientemente mi cerebro ha registrado que el estar allí no va a resultar en problema. Alberto está allí para todos nosotros dispuesto a servirnos, sonriente y entusiasta. Este mismo banco antes de Alberto tenía a Bertha, una gerente que, de igual forma, te buscaba la mirada para ayudarte. Un día llegué y ya no estaba ella. Jamás la he vuelto a ver, pero siempre la recuerdo con gusto, porque mi estadía allí era sustanciosa, gracias a su espíritu de servicio. 

El gerente actual sí que es invisible, la diferencia es que su invisibilidad parte de él mismo y así es su decisión, de pretenderse inalcanzable. Una idea sustentada en un tipo de superioridad que es del gozo de todas estas personas que alardean su puesto, solo porque les tocó el escritorio mejor con una silla cómoda y quizá hasta un título nobiliario. Alberto, en cambio vive todos sus días de lunes a viernes esperando en un banco incómodo y sin respaldo, la llegada de cada uno de nosotros para resolvernos, no un trámite, va más allá de eso. Nos transforma el rostro, nos hace sentir importantes, nos motiva a continuar sabiéndonos acompañados en el proceso.

No deseo que lo eleven al puesto del gerente, eso no sería premiarlo, deseo que le suban el sueldo al mismo del gerente. Las personas como Alberto son las que verdaderamente solucionan problemas humanos, en principio te aprecian. Hay cosas en la vida que valen más que la jerarquía de un puesto. Albertos hay muchos y generalmente son quienes ocupan los niveles más bajos del organigrama.

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