MÉXICO, ENTRE EL MIEDO, LA ESPERANZA Y LA INDIFERENCIA

POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO

Hoy es dos de junio, es domingo y desde lo muy alto observo, a través de la ventanilla aérea la lejanía de la tierra rumbo a mi destino, mi ciudad, Cancún. He atravesado mi país y he mirado sus contrastes naturales que no se pelean, no contienden su poder; unos son paisajes áridos, otros montañosos y el que a mí me toca selvático… Mi dedo pulgar se imprimió, esta mañana, con la marca que debiera cada dedo pulgar adulto mostrar con orgullo y con obligación, sin embargo, no es esta la realidad de un país que vive entre el miedo, la esperanza y la indiferencia simultáneos, muestra de que aún no tenemos derecho a reclamar legitimidad democrática.

Cada seis años vivimos todos una locura de indecisiones, de perturbaciones colectivas, de imaginarios idealistas o de apatías que no sirven ni para mucho ni para algo ni para nada. Cada candidato en turno es la promesa viviente de lo que no va a pasar necesariamente, pero ilusiona como maldito placebo que calma las ansias de cada habitante ávido de sucesos venturosos para sí y para sus familias; las consanguíneas, las laborales y las de los amigos perennes. 

Ha aterrizado el avión, ya me encuentro en mi Cancún, uno que transito desde hace más de treinta años, he experimentado su crecimiento, he visto ir y venir gente que llega (llegó) con la misma ilusión de cada uno a los que alguna vez su recibimiento amistoso nos acogió para mostrarnos no exclusivamente su riqueza natural sino la abundancia de oportunidades no visionadas por todos los anhelantes. Así, quienes superamos el reto de la distancia sabemos lo mucho que podemos o debemos de amar a esta ciudad próspera, una ciudad que nunca ha sido indiferente para quienes saben mirar, para quienes saben intuir por dónde se esconde la esperanza, encontrarla y en su lugar dejar el miedo y la indiferencia que no conducen a ningún lugar y que tampoco elevan a una condición humana pertinente para afrontar y enfrentar las dificultades que la realidad nos regala cada día.

Por ello, este vez, aunque muchos puedan sentirse defraudados están los otros, los que se sienten vencedores; ¿quiénes tiene la razón? ¡Ambos! Porque esta paradoja es la verdadera consecuencia de la indiferencia, de aquellos que olvidándose de su obligación ciudadana argumentaron que no importa cuál sea el candidato todos son lo mismo. Quizá haya algo de real en este pensamiento o creencia, pero nunca será una verdad y mucho menos absoluta. El día que cada pulgar adulto se manche de tinta de todos y cada uno de los que nos debemos a nuestro país y a nuestra patria sin que uno solo falte a depositar en la urna su decisión, ese día cada pueblo, cada estado y la totalidad del país encontrará una democracia dominante, gobiernos justos y equilibrados, ciudadanos responsables y dirigentes comprometidos con el poder ejercido no por ellos sino por el poder representado significativamente en cada uno de nosotros y no en ellos.

Un país no necesita ciudadanos esperanzados, miedosos e indiferentes y tampoco dirigentes o candidatos seguros de su poder y en consecuencia empoderados; un país necesita que la esperanza se encuentre en la legitimidad de la autenticidad y la honestidad puestas en la conciencia ética de cada representante político como reflejo de cada ciudadano cuyo dedo manchado es testimonio de la confianza conferida a ellos e invitar al miedo exclusivamente para temer el fallar y que la indiferencia sea justamente hacia el poder que envilece. Tal vez esto, es tan sólo una romántica utopía…

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