Lilián Riquelme Valdés
18 diciembre 1937 / 09 mayo 2022
Corría el fin de 1975 o el principio de 1976. Yo era nuevecita en Cancún y recién casada con mi esposo, Jorge Arrigunaga, había abierto la “Librería y papelería del Caribe, S.A”, en los locales que daba rentados el Hotel Plaza Caribe, sobre la aún no pavimentada Avenida Uxmal. El destino, de manera natural, como es él, me hizo cambiar el aula por el mostrador de madera y el piso gris de linóleo de aquel caluroso local. Realmente no había mucho qué hacer. Llegaban muy pocos clientes y compraban poca cosa. No me ocupaba de surtir la empresa. En aquel momento Sam, el empleado del Chel (mi esposo) se ocupaba de esa parte.
Una tarde paró una camioneta pick up y de la parte trasera bajaron lo que me pareció ser la mitad de un kínder. Me llenaron la tienda de gente y de bullicio, que era como la más alegre música para mis oídos, que en Cancún ya no soportaban el sonido del silencio. Entre el lápiz, los dos sacapuntas (o tajadores), los borradores (o gomas, como sea) una o dos libretas y los pliegos de cartulina, hice mi venta del día. Las visitas se fueron repitiendo y uno de esos días me tocó conocer a la mamá que los acompañó. Me encantó la forma en que se relacionaba con sus críos. No podía creer que tuviera a toda esa familia viviendo en Cancún, que tenía tantas carencias (o sea, todas las del mundo). Me admiraba lo felices que se les veía a todos aquellos morenitos, que se me hacían todos iguales. De inmediato la catalogué como una mujer valiente. Yo, ratón de ciudad, me estaba muriendo en Cancún, quejándome de todo.
Después supe que la mamá se llamaba Lilian, ya saben, en Cancún todos se conocían, y que los niños eran Carrillo Riquelme. Algún tiempo después, en 1977, fui maestra de inglés de Lilian y de Ale en el Colegio Itzamná.
Recuerdo bien a Lilian, además de valiente era simpática, buena gente, práctica, sin dobleces y directa. Siempre me cayó muy bien. Años después, con un Cancún ya más “civilizado” cuando me llegó el turno de verme como doña pata y sus patitos, a menudo pensaba en ella y la volvía a admirar. Cuando Marcelita y Eldita se hicieron condiscípulas (y primamigas para siempre) yo me hice amiga de Marcela Ancona. Joaquín su esposo era mi pariente. Entonces siempre estaba yo al tanto de los Carrillo por Marcela.
Lilian hoy ha dejado este mundo. La valiente pionera pobladora de Cancún ha dicho adiós. Me duele. Era parte de mi propia historia porque, de alguna manera, como la vi a ella me vi yo y, aunque nunca lo supo, su sencillez y su sentido común fueron chispas que apunté en mi libreta.
Hoy les mando un abrazo cariñoso a todos los morenitos de la camioneta que manejaba Patatuche, y a mi amiga Marcela la iré a abrazar apenas llegue a Cancún, porque sé que hoy el alma le duele más que la espalda y la cadera juntas.
Elda María Peón Molina