La vida perpetua o la muerte inmortal

Hace unos días se celebró la muerte. El día de los santos difuntos y de las almas inocentes. El trayecto de la vida hacia otras dimensiones, unas desconocidas para todos y, sin embargo, por todos imaginadas. Caminé como siempre por las aceras y mientras lo hacía imaginaba que sería de la vida si no existiera la muerte y fuéramos eternos. Pensé entonces, que la vida se tornaría larga tan larga como infinita y que para lograr ser perpetuos en el tiempo el cansancio no podría ser parte de la realidad. Porque ser eternos puede ser muy cansado. Se tendría que extender la edad, pero ¿hasta dónde? O, tendríamos que conformarnos por elegir una edad determinada para ser esa misma la que simbolizaría nuestra existencia inmortal. 

Ensimismada en mis lucubraciones mortuorias, pasé por una larga acera de casas, era una tarde crepuscular, el tono del cielo me recordaba una chimenea de un invierno de antaño, desde luego no aquí.  Aseché por las ventanas y pude vislumbrar los altares que cada casa me iba ofreciendo en mi andar. Los había de muchos tipos, unos coloridos cuyas llamas danzantes cantaban alegóricos rezos recordando a los muertos. Luego vi a los vivos quizá imaginando esos umbrales que aún los que respiramos no tenemos derecho a conocer. Luego vi otros más simples, el color no era el protagonista, pero si la tierra y las flores de cempasúchil trazando una cruz en el suelo para guiar a los muertos a revivirse con los suyos, dando muestra de su presencia cuando las llamas de las veladoras gimen o murmuran silencio y paz como una especie de salmos.

Así llegué a la explanada que ofrenda el edificio del ayuntamiento: un atrio vacío y desolado con unos niños perpetuados jugando en la fuente que ya no tiene agua. ¡Pobres niños! juegan a imaginarse el agua y los chapuzones. Tal parece que vivir dentro de un cuerpo de bronce los ha condenado a parecer inertes e insensibles. Me senté a esperar a que diera la noche, la hora de la salida de una amiga, cuando recordé mis acompañantes pensamientos de hacía unos minutos. Me imaginé cómo esos niños de la fuente: vivos de por vida o muertos de por muerte. Pensé si acaso es que estamos ya muertos viviendo la vida eterna y sólo al dejar de respirar nuestra alma lleva su suspiro a uno que acaba de nacer para transformarnos en otro. Somos los mismos transformados en otros desde que nacemos hasta cuando se llega el momento de que nuestra alma se vacíe de nuestro cuerpo para verterse en el que acaba de nacer una y otra vez.  Definitivamente somos inmortales. 

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