La ciudad es día y noche

Por Isabel Rosas Martín Del Campo

Esta vez camino acompañada de la noche, no hay mas sonido que el de mis pasos más unos cuantos grillos que me sonríen mientras mis tacones abundan en el concreto. Me imagino andar con un gran vestido de noche que se arrastra sobre la humedad indecente de la acera.

Me detengo y miro el lado contrario de la avenida. No hay un solo auto, sólo la fuente se vislumbra a lo lejos, encendida de luces chispeantes, queriendo reconocerme, mientras sigo mi paso, esperando encontrarlo, pero se fue. Lo vi cuando aceleró su motor hasta desaparecer por el boulevard Kukulcán, sin mirar atrás.

Ha amanecido, apenas recuerdo mi andar sonámbulo, el dobladillo de mi vestido me dice que fue una noche un tanto ataviada de lodo. Esta mañana, en cambio luzco brillante, mi bicicleta me pasea por el Boulevard donde él se fue ayer sin despedirse. Me detengo en el parque para admirar las estampas urbanas que me regala el medio día.  En aquella banca se contemplan dos enamorados, ella le toma la barbilla a él, mientras él no deja de mirarla. Yo camino mientras disimulo mi envidia y celos de no ser ella. 

He regresado a mi apartamento y salido a fumar un cigarro, no debiera hacerlo sé que más tarde mi garganta ardera y le echaré la culpa a los gritos que me tragué ayer para no pedirle “¡regresa!”. La calle me mira desde aquí arriba, apenas un primer piso, alcanzo a escuchar su música citadina, motores de autos, voces que no sé de dónde salen exactamente, perros ladrando y gatos cortejando a mi gata Istar. Esto me recuerda al día anterior, cuando aún sentada en el bar de los cantantes, me sonreían los martinis como si quisieran seducirme.

Son las cinco en punto, saldré al café de las tardes, el sol crepuscular me insinúa una velada a la luz de una luna que todavía no sale. Si supiera esta terraza mis secretos me invitaría a bailar al compás de las sombras de los frondosos ciricotes y guayas que bailan al escuchar las melodías de todos los paseantes.

Va anocheciendo lentamente y las estrellas del manto azul que cubre la noche parecen silbidos centelleantes que te susurran al oído secretos milenarios que sólo se cuentan de noche. El violinista platica una historia sonora que nadie entiende y el señor del saxofón parece entristecido porque nadie escucha la voz de sus acordes, pero me doy cuenta y me acerco sigilosa. Mi mirada es suficiente para que esa voz se transforme en sonrisas. La noche es mágica, regresaré y lavaré mi vestido, mañana volverá el día abrazado de la noche, hasta que acepte que la vida es luz y oscuridad envueltos en alientos. 

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