Le Flaneur
Por Isabel Rosas Martín del Campo
Llevo algunas semanas en el trajín diario de dirigir una pequeña obra. Se trata de una readecuación. Adecuo una bodega vieja y desusada hacia un bello y útil estudio para un solo inquilino. Hoy como en todos los tiempos, supongo, vivir solo es una condición que para muchos es amarga soledad mientras que para otros es la supremacía de la libertad.
Pero qué es la libertad. Si no la suposición de que la vida se autogobierna con independencia. He pasado todos estos días bajo el eco de esta obra deshabitada; cuántas anécdotas podría yo contar para admitir que las mujeres arquitectas seguimos viviendo realidades injustas. Que nuestra experiencia se mide a partir de nuestra condición femenina y de nuestro género modelado por años con desprecio. Qué, hasta que se van delineando los resultados se adquiere la admiración de hombres de obra que por años enteros los educaron a ser superiores a la mujer.
Había conocido a Efraín, el futuro inquilino de este lugar semanas antes en una galería. Su bigote bien cuidado y su pañuelo entremetido en la solapa del blazer me hicieron mirarlo a detalle. Sus zapatos estaban tan acicalados como el ambiente total de esa galería. Yo llevaba un espectacular vestido color vino y mis zapatillas suponían la libertad de mis ansias por la seducción. Mi pedicure desvelaba mi sensualidad danzando al ritmo vampirezco de mis perversiones mentales. Quería que dejara de sonreír a todos o debo decir a todas. Quería que su mirada vagara por mi densa cabellera negra hasta perderse en el aroma de mi cuello y quedarse ahí quieto, como si el tiempo hubiera dejado de funcionar. Aquél día en esa galería mi presencia se debía a una plática alusiva a la Mujer del Siglo XXI. Si hubiese estado en el oscuro pasado del medievo me habrían quemado viva, por mi seductor vestido, porque jamás habrían podido extraer mis pensamientos pervertidos para Efraín.
Entonces hablé del sexo, del amor y de la seducción, pero desde la triste apología feminista amarrada secularmente por un yugo condescendiente. Luego hablé del destino de esta seducción emancipada; de las nuevas Evas y de los nuevos Adanes. Y casi cierro el discurso enmarcando la nueva definición de la tercera mujer de Lipovetsky. “La auto creación femenina”. Así, regresó al presente y me veo en medio de este espacio para saberme libre. Las cadenas de la mujer del siglo XXI están separando los eslabones que mantuvieron su cuerpo y su mente al límite de la condescendencia humana. El porvenir nos pertenece y tiene alas anchas para volar. La mujer maldita, la bruja; la mujer icono de sólo belleza callada y sumisa y la mujer de hoy son una misma. Nunca ninguna dejará de ser en nosotras. La Inspiración femenina hoy es mujeres sin miedo.