Ella es: Patricia Vásquez Kuri

“Al poco tiempo de ser madre visualicé un proyecto de vida que me permitiera seguir viendo por alguien y qué mejor por otras madres cuyos hijos serán los hombres y mujeres del mañana”

Por Esteban Torres P.

Quienes hemos tenido la fortuna de conocer de cerca a Patricia Vásquez Kuri hemos descubierto en ella una mujer con un gran corazón que cuida de los demás con el mismo cariño que crío a sus hijos y formó un hogar, y a pesar de haber completado exitosamente su primera temporada hasta verlos abandonar el nido, ella siempre supo que su instinto maternal es inagotable y tiene un gran potencial, y como el tiempo siempre tiene las respuestas correctas, cuando se preguntó ¿ahora qué sigue? ya tenía frente a ella una nueva misión con las cualidades perfectas para continuar su ayuda por los demás.

¿Cómo era tu vida antes de incorporarte a las filas del voluntariado y cuál fue tu primera oportunidad para servir a los demás?

“La primera oportunidad se me dio cuando estaba estudiando primero de prepa. Era un colegio Marista, y uno de los maestros encontró una casita donde había niñas abandonadas de tres meses a 16 años que estaban bajo el cuidado de una religiosa –no recuerdo de qué orden era-, esto fue en mi natal Orizaba. Este maestro impartía sociología, era muy brillante, nos llevó y empezamos a ayudarlas. Estaban en condiciones infrahumanas. Cada sábado íbamos de 6am a 6pm y poníamos todo en orden, aportamos mano de obra e involucramos a nuestros padres; el mío era doctor y con gusto donó medicamentos, las desparasitó y les daba consulta; al cabo de seis meses inauguramos su casa hogar que quedó increíble. Ahí nació una relación muy bonita entre nosotros y ellas. Cuando lo recuerdo me da mucha ternura. Y después estudié hotelería. Salí de Orizaba a los 16 años y ya nunca regresé porque después de la universidad empecé mi vida profesional en los hoteles Camino Real durante 10 años, empecé en Las Hadas, en Manzanillo, hasta que llegué en 1989 a Cancún como directora de división cuartos del hotel Camino Real. Alex de Brouwer –ahora mi esposo- era el director de alimentos y bebidas en el hotel, por ser los únicos solteros y jóvenes, pasamos muchas horas juntos, así que nos enamoramos y nos casamos. Posteriormente trabajé sólo seis meses en la apertura del hotel The Ritz Carlton Cancún porque ya teníamos fecha de boda. Alex tenía oferta de trabajo en la Ciudad de México y como los dos ya teníamos ganas de formar una familia inmediatamente quedé embarazada de mi hija Karen y después llegó mi hijo Emilio”.

¿Qué veías en el mundo y específicamente en nuestra sociedad para poder ayudarla, cambiarla y por qué no hasta mejorarla?

“Ese primer gesto de generosidad en mi adolescencia me llenó tanto que desde entonces de manera personal empecé a brindar ayuda sin pertenecer a ninguna asociación, de hecho, cuando llegué a Cancún, me acerqué al antiguo Hospital General y como un compromiso mío, cada 15 días que recibía mi pago, iba con la trabajadora social para preguntar a quién íbamos a ayudar, a veces era un bebé, un niño, un anciano, o una mujer dando a luz; así lo hice por muchos años. Cuando mis hijos crecieron se unieron a mi causa y cada semana hacíamos tortas –los miércoles- y nos íbamos a repartirlas entre las personas que estaban afuera del Hospital General esperando por sus enfermos”. 

¿Qué organismos llamaron tu atención y qué fue lo que descubriste en cada uno?

“Con el paso de los años me di cuenta que tenía una gran capacidad de ayuda, básicamente fue durante la maternidad que fue además de una bendición, un aprendizaje increíble. Eso despertó en mí el deseo de estudiar psicología, pero por mis actividades diarias preferí estudiar psicoterapia Gestalt, entre otros cursos de superación personal. Cuando regresé a Cancún entré de voluntaria al DIF; fui a ofrecer unas pláticas de sensibilización para adolescentes durante la administración de Luciana Da Vía, de las 9 a las 13 horas, todos los martes; también fui al Centro de Integración Juvenil donde atienden a jóvenes con problemas de adicciones. Ahí iba los jueves. Las historias más tristes de mi vida ahí las conocí, así que escuché lo que nunca pensé oír. La idea era hacer sesiones de grupo, pero después se acercaban a mí algunos jóvenes para que los escuchara y lo único que me preguntaba cuando terminaban y me encerraba en mi coche llorando sin parar era: ¿dónde están los padres de estos niños y adolescentes? Dos casos muy fuertes me sacudieron porque rebasaron mi capacidad de ayuda y fue cuando dije ¡Hay que hacer algo más! Volví a hacerme la misma pregunta y sentí que ya era hora de atacar el problema desde la raíz, básicamente con las madres que muchas veces resultan embarazadas, a veces por descuido o por accidente y no saben del compromiso que han asumido, guiar a un nuevo ser con responsabilidad. Después de ver las consecuencias era necesario prevenirlas antes de que fueran un problema”.

¿Cuál fue la semilla que plantó en tí la vida para que germinara y floreciera tu corazón voluntario?

“Al principio no lo vi así, era algo que no podía entender, pero lo comprendí cuando vi a mis hijos; me entregué a ellos como mamá y les di todo mi cariño y mi tiempo. Cuando me convertí en mamá de Karen me vi ante un cúmulo de profesiones juntas al mismo tiempo; te paras de cabeza ante tus propias limitaciones y aprendes tanto de los hijos como de la vida, y es un ejercicio incansable de amor. Siempre supe que al casarme con un extranjero mis hijos un día iban a querer estudiar o vivir lejos, así que empecé a pensar en proyecto de vida para cuando estuviera el nido vacío; algo que me inquieta es trabajar en un proyecto o sistema de adopciones, pero aquí en Quintana Roo no lo hay. Es una tarea que tengo pendiente. Mi hija tenía dos meses de nacida y prácticamente sellé su destino porque efectivamente, así sucedieron las cosas. Trabajar con madres embarazadas era mi segunda opción y eso lo confirmé años adelante”, aseguró. 

¿Cómo llegas a Vifac y cuál fue el detonante que te hizo renunciar a todos los proyectos que tenías para dedicarte en cuerpo y alma?

“Años después tuve una pequeña cirugía y durante mi reposo me puse a buscar en internet qué hacer con mi proyecto de vida. Insistía en trabajar con niñas o mujeres embarazadas, básicamente en Cancún, porque desde que llegué tengo y sigo teniendo un profundo sentimiento de gratitud por esta ciudad de la que nos hemos ido y también hemos regresado. Los verdaderos amigos de mis hijos y los míos están aquí. Siempre ha sido nuestra segunda casa. Encontré un organismo con las características que estaba buscando: Vifac. Hablé con la directora nacional, después me canalizó con la directora de la casa hogar en Mérida para que le externara mi deseo de colaborar. Fui a verla, platicamos y regresé convencida de que ahí quería canalizar mi ayuda. Nos agradamos profesionalmente y viajé de regreso a Cancún con el proyecto aprobado bajo el brazo, yo sería el enlace para canalizar a las chicas en estado de gravidez en situación vulnerable a Mérida. Fui a todos los municipios a pegar posters para que nos enviaran a todas las chicas que así lo necesitaran, toqué puertas en varias instituciones como el DIF y el mismo Hospital General. Ya para entonces mi hija se había ido a estudiar a Europa y Emilio estaba terminando la prepa. Antes de quedarme sin nadie a quién cuidar, yo ya tenía a Vifac, así llené ese vacío que visualicé un día”.   

¿De qué forma cambia tu vida y qué parte de tí se siente plena y satisfecha ante la nueva misión que has encontrado?

“Retomando la respuesta anterior, Vifac cubre esa parte maternal en mí, todo se da en el momento justo. Es una cosa impresionante lo que han hecho en Yucatán y me dije: de verdad va ser un privilegio poder apoyar esta asociación. Era todo lo que estaba buscando. Establecí un vínculo emocional muy fuerte con Vifac ante mi nido vacío y realmente ¿quién ayudó a quién? Definitivamente ellos a mí”. 

¿Qué tan difícil es no poner el corazón ante un trabajo tan sensible como es la maternidad?

“Comparando el proceso de gestación de un bebé al de un proyecto que estaba concebido para ayudar a esos nuevos seres, así de hermoso fue todo lo que tuve que pasar para poder concretar poco a poco algo más que una oficina de enlace. Al principio las chicas ni sus madres –las que tenían-, no me creían todo lo que les ofrecía Mérida para completar su embarazo, por lo que tuve que empezar a pensar en una opción más cercana, pero no era una decisión personal porque siempre estaba esperando instrucciones de la sede nacional, específicamente de la presidenta y fundadora, Marilú Mariscal de Vilchis”.

Y después te instalas oficialmente y empieza a sonar fuerte el nombre de Vifac en Cancún…

“Así es, me permiten abrir una oficina de enlace; una amiga me ayudó con la mitad de la renta en Plaza del Sur, que ya les dio mucha confianza a las chicas. Después abrimos otra más grande en la avenida Náder. Cuando la presidenta nacional vino a inaugurar la oficina la invité a dar un paseo por las colonias y el Hospital General para que viera en carne propia la necesidad real de abrir una casa hogar. Se forma un consejo sobre un acta constitutiva en 2015 y empiezan a llegar tanto voluntarias como benefactoras que nos hemos hecho verdaderas amigas. En 2018 encontramos la casa donde nos encontramos actualmente que nos ha servido para llevar a cabo nuestra misión. El año pasado no dejamos de brindar ayuda aún con la pandemia, asistimos a 94 mujeres, muchas de ellas adolescentes. A pesar de que no pudimos concretar la recaudación esperada por la cancelación de nuestros eventos anuales, cerrar la casa no es una opción, porque los problemas y las necesidades persisten, por lo que hacemos un llamado a la sociedad civil a seguir colaborando con nosotros”.

¿Crees que llegue el día que tu ayuda ya no sea necesaria porque las mujeres habrán conseguido el respeto y el reconocimiento a su dignidad?

“Desafortunadamente los números hablan por sí mismo, hay mucho abuso, mucha violación. Quintana Roo ocupaba los primeros lugares en índice de violaciones y recientemente –hace cinco meses aproximadamente- caímos del lugar 19 al primero, y en trata de personas del ocho al número uno. Es un larguísimo camino. Todos los días hay logros pequeños, pero vencer el machismo, es un rasgo cultural muy arraigado en nuestro país; vamos caminando, pero aún hay mucho qué hacer”.

¿En qué mujeres te inspiras para encontrar esas herramientas espirituales, filosóficas o emocionales para apoyar a los demás?

“Aunque suene trillado, tengo en mi buró el libro de la Madre Teresa de Calcuta; para mí es una mujer ejemplar que luchó mucho para realizar su obra, levantándola desde su percepción de lo que es la caridad y el amor incondicional. Al ser una asociación católica, respetamos el credo de cada una, pero yo tomo algunos ejemplos de la biblia o de la vida de Jesucristo, como verlas sin juicio, independientemente de lo que cada quien haya hecho. Le pido a mi equipo que entremos descalzos, con el deseo profundo de servir y ayudar. Ayudar a las mujeres es tener confianza que tendremos mañana una mejor sociedad”.

¿Qué opinan tus hijos y tu esposo sobre el trabajo voluntario que realizas?

“Que mi lado materno no se acabó con la crianza de ellos, sigo ejerciendo mi maternidad al cuidar y proveer. A mi Vifac me ha dado la oportunidad de agradecer el privilegio de vida que tengo, formar hijos sanos y tener una familia unida”. 

¿Hay alguna otra causa en la que te gustaría participar o participas de forma extraordinaria?

“Estoy satisfecha, comprometida y muy agradecida, no hay tiempo de hacer otra cosa”.

¿Tienes alguna frase que cimienta y confirma tu vocación?

“Escuché una frase a la que se le dio otro significado: Trabaja duro en silencio y deja que el éxito haga el ruido; yo la aplico en el sentido de una obra que se ha consolidado, por todo lo que hicimos en el pasado, escarbando entre las fibras de Cancún para rescatar a esa gente que está bajo nuestro cobijo para que mañana sus hijos sean hombres y mujeres de bien”, concluyó.

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