Cuando la obra es tu propia obra. 

POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO

“Decidí ser la musa que define sus propios colores, texturas y tonalidades, dejándome florecer desde adentro… inspirándome en mí misma convirtiéndome en La Musa y La Artista de mi propia vida… Yo defino quién soy y cómo ser”. 

Esta es la cita de una hija joven que define y argumenta su performance artístico llevado al cabo en un encuentro de creatividad artística. Durante dicho trance artístico la atmósfera sugería una poética sublime, una mujer se pintaba a sí misma; mirándose al espejo la obra y la obra mirando al espejo a la artista. Un acto en donde la dualidad entre Musa y Artista iba renaciendo con cada pincelada.

Así la miré desde una distancia que no invadía la escena de su cuadro forjándose en vivo; sin mirarnos la Musa extendía su larga mano craquelada, por la pintura sobre la superficie de su piel para ofrecernos su pincel, mientras que la Artista nos sonreía en silencio, mirando nuestro arte improntado en su sí misma. Cada uno dejamos algo de nosotros sobre la tersura de su desnuda espalda que terminaba sobre la base de una vaporosa falda cuya tela transparente delineaba la elegancia de sus piernas al abrazo de danzantes enredaderas quizá con una timidez que inspiraba un poema escrito una y otra vez hasta atravesarnos por completo el alma.

Mientras, nuestro espíritu quería adivinar el final de la obra culminada. Sobre un lienzo de manta descansaba su caballete y su banco de madera mustios ante ella. Flores por todos lados y plantas nos secreteaban indiscretamente el estado expresivo de la plástica total. Rememoraba el arte de un Degas o de un Monet, por esas tonalidades apasteladas que sugerían una pequeña levedad de erotismo oculto a punto de estallar.

Y sin embargo se llegó el momento, el espejo conversaba con la Artista y con la Musa para coronarlas con un sinuoso ramaje sobre la testa de su inspiración, orquídeas, margaritas, azucenas nos mostraban el florecimiento de aquella mujer, que extendía sus secretos hacia nosotros para conmovernos hasta las lágrimas. 

“Estoy renaciendo”- nos dijo… Rompió el silencio y la música calló para dejarnos escucharla, ¿a quién? A la Musa o la Artista que más da a cuál; su dualidad nos enseñó algo muy importante: cada que te sientas morir, siente que para florecer es desde adentro.

Ella era mi hija. Cuando la obra es tu propia obra, renaces con ella cuando creyó que moría.

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