CARTA SIN BUZÓN

POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO

Estimado mío:

Hace tanto que no sé de ti. Tu última carta fue de aire y se evaporó en el instante de la brisa que borró tu guiño cuando me mirabas. El gélido viento se atravesó entre ella y yo, para congelar tu mirada hacia la nada del infinito. Ese lugar en el que habitas ahora para no encontrarse muy a pesar de tenerte a mi lado.

Hace tanto tiempo que la distancia me robó tu aroma y tu sabor. Mi lengua seca de ti ya no puede pronunciar tu nombre. Mis humedales han sido ahogados por el estiaje de arenas movedizas que degluten tu memoria de mí. La última vez me dijiste “Ya no te amo”; fuimos como un big bang, una explosión sin sentido que colisionó con la realidad de cada uno.

El rencor anidó tus pensamientos y las aves que nacen en tu mente presumiendo libertad te apresan cada día hasta agotarte de soledad. Mientras crees que puedes solo enfrentar la vida en ocaso. Porque eso es nuestra vida, un ocaso inevitable, unas veces alentador cuando sus cálidos colores y temperatura nos abrazan piadosos para hacernos compañía. En cambio, otras, el atardecer se torna gris y nebuloso, el frío nos asfixia para entumecernos y recordarnos la frialdad en que habitamos entre estos muros.

Hubo un tiempo en que quisimos amarnos, en que creímos amarnos, en que soñamos amarnos, en que pensamos que el amor es a la medida de cada deseo personal. Cuando en realidad el amor sucumbe a nuestros caprichos, a nuestros orgullos, a nuestra vanidad, a nuestra envidia. Y qué nos queda entre las manos sino espuma que se escurre y se evapora como frágiles burbujas levitando entre el dolor y la alegría inatrapables. 

No quería terminar de leer esta carta, su hoja sucia y arrugada aún latía su desesperanza. Así me la encontré debajo de la banca en dónde me encontraba meditando justamente lo mismo; como si cada pensamiento mío hubiese sido transcrito en este viejo papel, dirigido a no sé quién. La esquina inferior de la hoja estaba rota, busqué por todos lados el pedazo, quería saber el nombre de ella. De qué serviría conocer su nombre. Me di cuenta de que esta carta representaba el nombre de todas y su destinatario podría ser de igual forma cualquier caballero. 

Mis lágrimas se desvanecieron sobre mis mejillas, y cada una de mis manos se apretó tan fuerte como la serpiente que quiere ahogar a su presa para devorarla. Así sentí, quería devorarme el dolor, estrangularlo para liberarme de la opresión que anida en la mente de cada uno de nosotros cuando abandonamos el amor impreso en la carta yacente y moribunda al amparo de la eternidad del tiempo. No hay un mañana para remediarlo…

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