CARTA A LOS REYES MAGOS
Por Isabel Rosas Martín del Campo
Somos eternos… desde hace cuánto tiempo hacemos cada año de la misma manera lo mismo. Me pregunto quién habrá inventado que en determinadas fechas se celebren a partir de una idea, eventos que con el tiempo dan cuerpo a creencias que esculpen tradiciones. El Año Nuevo es un ciclo inevitable, eterno también como la mayoría de lo que universalmente existe en unidad o colapsaremos. No divago, sólo camino en silencio entre el ruido despampanante que fluye por cada rincón como si fuese un colibrí en brama. Miro de reojo y de fijo lo que llama mi atención sea por original o sea por ordinario y es triste, pero lo ordinario es lo que más invade los cotidianos escenarios humanos; todos vestidos de navidad ayer, ahora de celebración por el año que comienza, qué sabrá Dios qué sorpresas traerá oculta debajo de su rostro sonriente por ahora. Desde luego fluye también la agonía del año viejo, de su sepultura emerge la cuna del recién llegado. Y ante este espectáculo la cruel indiferencia de lo dado por lo ido.
¡Feliz Año! Chasquean las copas, volando por el aire las etéreas burbujas del fresco champagne mientras la cama de uvas, éstas, esperan ansiosas ser el blanco de cada insinuante deseo de prosperidad y de éxito. Hoy quizá el más ansiado por todos: la salud. Una que se daba por sentado hasta que le sobrevino la enfermedad vestida de velos, danzarina por el aire como si estuviese alegre de su fuerza. Así continúo mi trayecto en la plaza comercial de Malecón multicolores de pieles, cabelleras y vestidos, todos caminan de un lado a otro como si no tuvieran una meta a alcanzar. El tiempo se sienta a esperarlos pues la prisa los acompaña abrazada a sus hombros. Así la vida de la temporada decembrina, como ráfaga de un cometa vibra y de pronto como serie de árbol se apaga para guardarse por un año en una oscura celda de cartón. La esencia de la navidad moderna son árboles de concurso; suntuosos, enmoñados, presumidos. Los faroles de papel colgados sobre tendederos con henos brillan por su ausencia. Los nacimientos de figurillas de yeso y musgo ya no se asoman por la ventana hacia cada calle silente. Hoy la navidad son Santacloses en todas sus formas a quienes hay que pedirles casi como regla de oro, regalos. Me detuve un instante, ¡espera…! ¿Por qué no llega a todas las casas? O es que la navidad que antaño celebraba la solemne representación del nacimiento de la fe y de la esperanza reencarnada en un bebé llamado Jesús a quien habría que agradecerle todas sus bondades, sus maravillosos regalos ya no son. ¿Es que está pasado de moda regalar fe y esperanza? Tuve que sentarme, todos traían bolsas de asas repletas de objetos, ¿caros, baratos? ¡qué importa! ¿Dónde fueron perdidos los regalos del niño Jesús de mi infancia? La paciencia, la compasión, el amor, la indulgencia. No había nada que se pudiese comprar y que al ponerle pilas nos introdujera algo que no se ve, que no se toca, que no se escucha. Creo que divago, la gente dirá que enloquezco, que no estoy en el hoy.
Entonces pensé que pronto los Reyes Magos vendrían de nuevo, bajando del infinito del universo sobre sus estrellas perpetuas y que habría que repartir volantes con un instructivo de cómo escribirles una bella carta que contuviera la esperanza para ser dignos de recibir tres regalos invisibles, intocables e insonoros. Quizá un día después amanecería un mundo donde el hombre y la mujer serían renacidos. La modernidad sucumbiría y el mundo brillaría de nuevo con paz y prosperidad…