NADIE COMO ELLA… EL MAR, LA BRISA Y UN CARACOL
POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO
“Nadie como ella”, pensaba mientras caminaba sobre la blanca y acariciante arena indiferente a mis pasos. Es que acaso no sabe que cada pisada mía cincela una huella dejada sobre su fría piel. Era, en cambio, la cristalina agua del mar quien presentía los sentimientos de la totalidad de mi ser. Su calidez acariciaba insistente mis pies queriendo borrar las huellas labradas sobre la impasible arena.
El mar me regalaba su distante horizonte tendido sobre el fulgurante y asediado azul turquesa susurrante y reservado. Quizá pretendía que mis pensamientos se despojaron de mí, hasta vaciarme el recuerdo de sus manos, de su rostro, de su partida. Se había ido de mi vida como el agua entre mis dedos; escurridizo, insensible. Como la misma arena escapa de mis puños apretados hasta dejarme ver las palmas deshabitadas de mi alma y de su alma.
Por un momento recordé aquella canción mentirosa cuyo título es: “Nadie como ella… la tendría que inventar si no existiera”; palabras que suenan bien cuando se escuchan y que enamoran si te las dicen. Pero al final… sólo palabras, que como la marea van y vienen hasta desvanecerse como la espuma que rompe las olas igual que la realidad rompe los sueños vividos. Me ha llamado el mar adentro, indolente, no sabe que apenas tiempo atrás flotaba sobre sus aguas abrazada de aquel hombre cuando sonreír no era una mueca sino una canción en los labios.
La vida no termina en un beso ni comienza con un beso, aunque éste representa una bocanada de aire que te deja sin aliento cuando ya no es. Puedo, por ello, adentrarme hasta el fondo del mar embravecido para encontrarme con mi espíritu ahogado, pero no lo haré. Sé que emergerá, el mar me lo devolverá atrapado en un caracol. Tal vez distinguirlo no sea tan fácil, todos se parecen y hay de todos tamaños. La húmeda brisa se confabuló conmigo, estoy segura, lo traerá para mí envuelto de algas, de brillos y de suspiros de sirenas.
Regresaré mañana, cuando la brisa me llame para entregarme mi espíritu lavado, mientras la voz del caracol me arrulla al oído hasta quedarme dormida.