TERCERA DOSIS DE VACUNACIÓN
Por Isabel Rosas Martín del Campo
Había estado deseando que por fin terminara la espera sin esperanza de que el covid hubiera sólo sido un sueño. Pero han pasado ya dos años de cubrirnos la sonrisa o la mueca desamparada del desasosiego. De los que se fueron sin saber que así acabaría su vida; ya no queda más que el recuerdo de su partida dolorosa. Como todo, se vuelve rutina la tragedia y aparece la comedia para poder sobrevivir. El cubrebocas mustio se convirtió en un simulacro exclusivo para mostrarse cuando es inevitable y para quitarse cuando pensamos que ya no es necesario porque ha perdido credibilidad. Esta silenciosa incertidumbre salta de pronto frente a nuestra existencia ansiosa de seguir viviendo en la rutina que ahora imploramos no se hubiese alejado de nuestro diario vivir.
Esto pensaba mientras formada en la corta fila para la tercera vacunación observaba la absurda rutina a la que nos han sometido para hacernos creer que con ello viviremos. Acaso no se dan cuenta que estamos muriendo de hastío y de vergüenza de sabernos sometidos a un sistema que nos obliga a obedecer esta especie de nueva religión, donde ocultamos nuestra identidad. Lo más valioso que tenemos como seres humanos. Nuestros rostros perdidos en el anonimato pugnan diario por ser reconocidos a través de nuestros ojos abiertos como faroles para no perdernos de desesperación.
Observo a todos sentados silenciosos, unos esperando ser llamados para recibir el piquete con la infusión que de a poco nos quebrantará con febriles noches esperanzadas. Otros ya con las mangas arremangadas mostrando el blanco algodón sobre cada hombro lloroso como muestra de nuestra obediencia. Un enjambre de mansedumbre cabecea aguantando los treinta minutos necesarios para saber que hemos superado la primera prueba de resistencia al bicho transfundido en nuestro organismo subyugado. Pobres de todos nosotros que tenemos que creer en tan ingratas realidades, que ya no sabemos si son mentiras vestidas de verdad o verdades que queremos que sean mentiras.
Me quejo una y otra vez por tantos absurdos requisitos: comprobante de domicilio, copia del curp, comprobante de las vacunas anteriores. ¿Qué, acaso no lo único que importa es la vacuna? Qué más da tu curp si el sistema ya lo ha registrado en la solicitud previa del trámite, que más da dónde vivimos o, qué razón tendría mentir en que te has puesto las anteriores o, qué pasaría si de verdad no te hubieses vacunado antes. Acaso nuestra presencia en esas largas filas no es una muestra de la esperanza verídica que nos promete seguir vivos si súbitamente la enfermedad sorprendiera nuestro organismo.
En fin, han pasado ya los últimos minutos y no he sufrido ningún tipo de síntoma, mi brazo dolerá en el transcurso de algunas horas y quizá tenga una noche febril. Lo cierto es que mañana saldré segura a la calle ¿creyendo?, ¿pensando?, ¿sintiendo?, qué se yo, ya tengo un escudo protector para enfrentar a un ´empoderado´ virus invisible que de tanto ser, se llegará el tiempo que verdaderamente nuestro organismo lo erradicará y este tiempo se llegará cuando aprendamos que nada puede más contra la enfermedad que la mente positiva, ocupada y bien alimentada. Quizá mi entusiasmo sea muy romántico, sin embargo, seguiré apostando que la mente es tan fuerte o tan débil como nuestros deseos de vivir.