Le Flâneur

RECUERDO OLVIDADO

Le Flaneur

Por Isabel Rosas Martín del Campo

Hoy no quise salir a caminar, ni mirar las calles, ni las calladas, ni las bulliciosas. Me encuentro abrazada por mi fiel escritorio pensando qué escribir, mientras mi hoja virgen me observa un tanto desesperada deseosa de que, de una vez, la toquen mis pensamientos, pero yo no estoy dispuesta hoy a dejarme seducir por su silencio invitante y su mirada inquisitiva preguntándome a través de las voces de los libros apilados que murmullan entre ellos: ¿qué nos vas a contar hoy, querida escritora? Se hacen cómplices de su insistencia.  Alcanzo a percibir su burla ante mi falta de imaginación, mientras los lapiceros del costado de mi mesa de trabajo danzan sigilosamente por el aburrimiento de mi abandono hacia ellos. Hace tanto tiempo que no los tomo entre mis manos para crear utopías y realidades fastidiosas que la goma se desmoronó lentamente mostrando su envejecimiento inevitable a destiempo. 

Llueve afuera, su música afanosa y constante trata de decirme un secreto, más no lo alcanzo a entender porque el ladrido del perro del vecino se afana en que mis dedos permanezcan callados. Si tan solo viniera a mí, ese recuerdo que yo quiero que se siente a mi lado para dictarme y yo obedezca a su seducción. Pero olvidado en mí, este recuerdo me atolondra la mente casi a diario, tratando de que mi olvido subyuga a sus frenéticas pulsaciones. Entrelazo mis manos, apretando mis dedos para degollarlos para que no me obedezcan más y pueda ser libre de una vez para saltar a la hoja insinuante y llegar hasta el profundo hemisferio de las pupilas que me secuestran a diario para torturarme; se posan ante mis ojos, se transfunden entre las mías al punto de ya no saber si mi visión soy yo o es él dentro de mí.  

Es mejor que salga a la calle ahora mismo, aunque la lluvia esté tan poderosa que quizá, pretenda embestirme. Sería lo mejor, caer de una vez a la humedad de tu recuerdo y bañarme con cada gota de ti hasta sentir tu peso como piel sobre la mía. Corro, tomo mi bolso, pero algo me grita al oído como un susurro, ¡no! Quédate, no me abandones ahora, mi lienzo quiere abrazar hasta el último de tus recuerdos. He platicado con los libros y los lapiceros y nos hemos prometido ofrecerte todo un concierto, poco a poco, estamos seguros, cada nota, cada tono y cada ritmo te envolverán hasta imprimirte en mí.  

Ya amaneció, la lluvia se alejó de este cielo y pude quedarme, los vidrios mantienen aún su vaho para invitarme a trazar sobre su aliento lo enamorada que estoy de nadie y de todo. ¡ah! Suspiro… Estoy cansada iré a dormir. Indiferente miró de reojo cómo la hoja ha perdido su castidad, colmada de mí, descansa su agotamiento; la pila de libros dejó de serlo y ahora todos callan, los lapiceros regados lucen más pequeños y mi recuerdo existe. 

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